jueves, 28 de agosto de 2008

Un psicólogo en New York


En una entrada anterior dije que hablaría de Nueva York y su gente, y aquí estoy.  La sensación que me dejó la visita a la Gran Manzana fue una mezcla de abrumación, admiración y también de una inesperada tristeza. Fue una extraña mezcla para un viaje que en cualquier caso recomiendo. Me explicaré. Me gustó conocer la ciudad pero observé que puede engullir a cualquier persona que se deje fascinar por su aparente brillo.

Hablo de mí, pero uno suele llegar a New York con la ilusión de un niño que ha crecido con las películas americanas y demás clichés culturales de la potencia dominante durante la mayor parte del siglo pasado y actual. Y uno quiere formar parte de ese film y ver qué pasa. Pues bien, la primera y excitante experiencia es coger un taxi amarillo para dirigirse a la Gran Manzana desde el aeropuerto JFK, por ejemplo. Entraremos en una película de persecuciones en coche, pocas veces he sufrido tanto como haciendo ese trayecto de casi una hora de duración. Los límites de velocidad, normas de buena conducción y demás reglas de tráfico vuelan  por los aires cual explosión pirotécnica y de efectos especiales. He aquí a la primera raza neoyorquina que conocimos, el taxista cuyo lema "that's life" (Es la vida), expresa el poco aprecio que parecen tener a la existencia y el mucho interés en hacer un carrera rápida y una buena propina.

Y así Manhattan aparece mastodóntica en el horizonte con gigantescos edificios que te engullen y reducen a la menor de las insignificancias según te adrentas en ella. Nosotros veníamos del entorno natural y abierto de la Sierra Nevada de California, y las primeras horas de estancia en ella fueron como una bofetada en la cara. Incluso llegaba a marear. Por eso lo de abrumante.

La admiración llega cuando empiezas a ubicarte y disfrutas subiendo a tu habitación del hotel en el piso 42 notando la presión de los oídos en el ascensor. O cuando echas un vistazo por la ventana con vistas al bosque de edificios brillantes, terrados ajardinados y demás espacios que recuerdan poderosamente a ... Friends, la comedia de situación que tanto nos ha hecho reir a nuestra generación. Y al otro lado el gigantesco Central Park. También cuando llega la noche y la ciudad se enciende en múltiples luces que apuntan al cielo queriendo contar su historia. Desde la terraza discotequera convertida en local de moda hasta el edificio de oficinas con despachos encendidos de pantallas, mesas y sillas en armonioso silencio interior, con un fondo de permanente  bullicio  en la calle dominada por la luna. 

Pero, ¿y las gentes? Al fin y al cabo, como psicólogo tengo especial interés en este punto. Aquí hay un punto de tristeza. Pude ver el mismo orgullo y aislamiento entre personas que hemos importado los europeos a nuestras ciudades, por ejemplo a Barcelona que es la que conocemos más de cerca. Hubo excepciones claro está, pero me llamaron la atención un conserje de hotel altivo, muchos autómatas por la calle camino del trabajo en grandes corporaciones y edificios,  o mujeres que se tomaron la serie Sexo en Nueva York como un modelo serio para sus vidas. Sorprendía ver auténticas barbies de compras por el día y de copas y medio tambaleantes por la noche. O personas de toda condición y edad fascinadas por la publicidad, la noche y algunos vicios caminando por la 7th Ave o a través del antiguo camino de indios que era Broadway ("el camino ancho") y desembocando en un parpadeante Times Square. Muchas gentes sin rumbo, atrapadas en un estilo de vida frívolo y superficial, que ofrece distracciones pero que está vacío, hueco por dentro y resulta alienante. Como el nuestro, no nos engañemos.  

Por lo demás conocimos personas entrañables, un botones de hotel puertorriqueño con edad de jubilarse y trato de señor, camareros hispanos verdaderamente amables, un guía rapero hacia la Estatua de la Libertad, un viejo neoyorquino amante de su ciudad dirigiendo el más completo tour de Gray Line, e hicimos migas con una simpática pareja de Panamá ella y de Perú él, residentes en Houston. Disfrutamos de vistas aéreas increíbles desde el Rockefeller Center, visitamos la preciosa tienda de juguetes Fao Schwartz y vimos a la cantante Rihanna actuar en la 5ª avenida junto a la famosa tienda de Apple. Todo en un breve e intenso plazo de tiempo. Descubrimos la cantidad de impresiones y experiencias que reserva la ciudad a sus visitantes, sin duda innumerables, a la vez que nos dimos cuenta de cómo puede aturdir y sumergirnos en el olvido de nosotros mismos si permanecemos demasiado allí, debe haber algo más en la vida que televisión, consumo, trabajo, dinero y lujo.


Javier Samarín

Director de Samayana.es 

P.D. (escrito añadido en octubre):
Visto con retrospectiva quizás ahora sería el mejor momento para un psicólogo en Nueva York, con visita obligada y entrega de tarjetas en pleno Wall Street. Lamentable que esto suceda y además ya es tarde para mí pues creo que no volveré en mucho tiempo. Probablemente algunos de los psicólogos más reputados de Manhattan tendrán fondos de inversión y no andarán muy centrados estos días, seguro que hay mucho trabajo. Aunque temo que en breve también lo habrá aquí...